“Te amo, Jesús, y te doy gracias por ello”.


En Navidad, el sacerdote que dirigía el taller de oración siempre se despedía de sus ciberfeligreses con esta jaculatoria. Todo adquiere sentido en un preciso instante, y esa breve oración se me ha desvelado con la luz cegadora de la verdad en estos últimos meses.

Cuando salí del colegio en 1988, me alejé de todo lo que había vivido hasta ese momento. Fui a la facultad, estudié Periodismo y, cuando hice mis primeras prácticas en el diario ABC, me pidieron que escribiera una biografía, en ese momento, solo de mis mocedades. Recuerdo haber plasmado en ella el profundo agradecimiento que sentía por haber podido aprender a leer y a escribir, por haber descubierto de la mano de mis maestras y profesoras el placer de bucear en el mar de las palabras y los sentimientos, de las historias en las que descubres la vida cuando eres joven y conoces al ser humano que son los otros y que eres tú mismo. Ese agradecimiento íntimo por esto que recibí en mi colegio me ha acompañado toda la vida y fue decisivo para impulsar el cambio vocacional que experimenté hace pocos años. Agradecía haber sido educada y quería que otros sintieran esa gratitud.

Hoy, después de muchas zozobras vitales, agradezco además a mis educadores concepcionistas que me hablaran de Dios, aquel que nos ama primero y espera del hombre que libremente lo ame. Nos ama por nuestro bien y espera nuestro amor por nuestro bien. Nada necesita Dios, somos nosotros los que necesitamos amarle para no existir abandonados, flotando a la deriva en el vacío de la vida sin Él. En mis derivas, Dios como tierra firme y la Madre Inmaculada en el calor del abrazo. “Te quiero, Jesús, y te doy gracias por ello”.

Por eso, siento gratitud y orgullo de ser concepcionista, de haber recibido de niña el regalo de las palabras y de la Palabra, de llevar tatuado en el alma el escudo de la congregación de Carmen Sallés, de formar parte de esta familia que no es un lema, es una realidad que se hace más presente cuanto más dolorosa se vuelve la existencia.

Y por eso, formo parte de la Asociación de Antiguos Alumnos Concepcionistas. Por eso, integro su directiva y trabajo con ilusión para que en otros se despierte el mismo amor, el mismo orgullo y la misma gratitud que yo siento. Quiero que sea así para muchos niños y jóvenes en Madrid, en España, pero también en otras tierras que no conozco. Por eso, quiero revivir cada año las fiestas de la Niña María y cantar con alegría y alma de niña cada 21 de noviembre. Por eso, me gusta paladear al final de cada eucaristía la oración que en mi época comenzaba así: “Oh, dulce Señora mía, danos vuestra bendición…”. Por eso, me gusta cantarle a la Inmaculada en su novena y acunar al Niño Dios en los actos navideños. Por eso, me emociona recibir en junio a las promociones que cumplen sus Bodas de Oro, de Plata y de Cristal, y ver su emoción, reconocer cómo se ha moldeado en cada uno el carisma concepcionista. Por eso, espero con impaciencia el próximo 14 de abril para celebrar con otros chicos y chicas, hombres y mujeres, el Día del Antiguo Alumno y sentir con ellos cómo vibra este espíritu concepcionista compartido. ¿Y tú? ¿Sientes cómo vibra? Si lo notas dentro de ti, no faltes el 14 de abril; vuelve a tu cole. No esperes a septiembre. Aquí te esperamos siempre.

Susana Macías Ávila, presidenta de la Asociación
de Antiguos Alumnos Concepcionistas de Madrid-Princesa

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